"La pitonisa leyó la mano de la mujer lectora. En cada línea adivinó un capítulo de su vida: un comienzo feliz, un nudo en la garganta y un desenlace trágico. Desde ese día, la mujer lectora leyó entre líneas." (Esto y ESO). Raúl Vacas.

miércoles, 13 de enero de 2016

El amor mató al hombre.

CAPÍTULO 2

Y así pasaron interminables días, largos meses y un sinnúmero de lustros en los que se mantuvieron juntos. Hasta que en el momento menos esperado, sin tanto referirse a un día de improvisto sino que era aquello que no deseaban su llegada, ese fue el día en el que el más pequeño enfermó. Ella no era ni la más hermosa, ni la más risueña, ni la más perspicaz, ni la más tierna en absoluto. Pero él vio algo en ella que no había visto en nadie, no sabría explicarlo con claridad, pero era como ese algo que tienen algunas cosas que hacen que te entren escalofríos, se erice el pelo de todo tu cuerpo y cierres los ojos sin querer. Ella era como la sonrisa tonta que se te queda en la cara cuando llegas a casa tras un largo viaje. Ella era caliente como un abrazo y fría como el primer minuto en la cama. Él no quería absolutamente nada más. Se conformaba con ese algo. Sin embargo ella
no se conformó con amor sincero. Y la famosa hombría de su hermano despojo a aquella dama, como a todas las demás. Ella no le volvió a querer y él nunca quiso querer a otra. Por miedo, se alejó de todos, de todo. No había sentido nada parecido en su historia, era como si los colores dejaran de tener sentido para sus ojos, como si la navidad hubiera llegado demasiado pronto y las hojas de los arboles empezasen a caer al ritmo de los villancicos. Lo más extraño es que los escalofríos se repetían, su pelo seguía erizado y se negaba a abrir los párpados -por causa de razones diferentes-. Evadirse, escapar, refugiarse era su única solución pero como huir de sus sentimientos. Entonces, corrió, rezando por que la distancia disminuyera la importancia. Pensando en lo que había hecho por la vida, en toda esa felicidad que había pagado y los cambios amargos que le había devuelto. En lo pequeño que te haces cuando te agarras las rodillas y en que no había nadie allí fuera cruzando los mares ni escalando las montañas que fuera a aparecer de la nada y a salvarlo esta vez. No lo recuerdo muy bien pero, creo saber que ese fue el momento en el que se dio cuenta de lo despacio que gira la tierra. En lo fácil que habría sido vivir sin su hermano y sin… ella y pensó en lo difícil que le era ahora borrar de su cabeza las palabras que describían su vida y en lo complicado que sería dejar de sentir de no arrancarse el corazón del pecho. Y sentado en lo alto de sus sueños comprendió que nunca sería feliz en la sombra de su hermano y ¿qué era de él si nadie lo quería en ese mundo? Así que se limpió el azúcar de los ojos y nadie lo volvió a echar de menos. 








Santiago García (Ilustración hacha por Santiago García)

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